09/08/1967
Una repentina e inusual tormenta de verano azota Fort Lewis. El viento y la lluvia parece que se han instalado de forma peligrosa sobra nosotros. La buena noticia es que nosotros estamos dentro de los barracones a cubierto. Parece que esta noche va a ser de esas en la que estás durmiendo y de fondo oyes como cae la lluvia y como sopla el viento. Si, definitivamente se está a gusto en la cama. Hoy ha sido un día duro, generalmente como todos. Empieza a notarse el cansancio. Notas que después de un largo duro día de esfuerzo físico, no te recuperas como al principio. Por eso esta noche es doble placer. Primero porque estas cansado y no hay nada mejor que tumbarse en una cama y segundo por las condiciones climáticas del exterior.
Pero claro, en algún momento de la noche algo cambió y no es que la lluvia cesara. De repente se enciendieron las luces y como si de una pesadilla se tratara se escuchó el insistente y escandoloso golpeo de un objeto contra otro.
-¡Joder! ¿pero que pasa?- dije yo. Mis ojos todavía no estaban preparados para tanta luz. Solo veía una silueta paseándose por todo el barracón gritando. -¡Vamos nenas, todas en pie! Era el Sargento Galizia aporreando una papelera y voceando. Llevaba un peculiar atuendo, parecía que llevaba un poncho.
-¿Pero que hora es?- dijo un compañero de la sección del fondo. -Este tío está para que lo encierren- me dijo Cameron en voz baja. Mi curiosidad era peligrosamente insistente. ¿Cual era la razón por la que nos había despertado a estas horas? Miré mi reloj como pude y estaban apunto de dar las 3 de la mañana.
-¡Silencio, no quiero escuchar ninguna de vuestras chirriantes voces de mierda! ¡Todo el mundo a formar delante de la cama!-
-Todo el verano llevo esperando a que la madre naturaleza me regale esta noche tan maravillosa de lluvia. Y por fin ha llegado. -¡Alegraros capullos! Esta es la tormenta perfecta. Este es el tipo de clima que os encontrareis en Vietnam.
-Lo que vamos hacer es un ejercicio práctico. No os tenéis que vestir, sólo os pondreis las botas y recoger a la salida del barracón el poncho que os darán mis ayudantes. Después nos dirigiremos a la zona de obstáculos, que en este momento está perfecta. Cuando yo lo estime oportuno pararemos y si el tiempo nos acompaña nos quedaremos a la intemperie parados en un punto hasta que deje de llover o hasta que a mi me de la gana. ¿Ha quedado claro?-
-Mierda, lo que quiere decir este zumbao es que tenemos que salir a la zona de obstáculos en pelotas. Solamente con calzoncillos las botas y un miserable poncho y después quedarnos quietos en un punto ¡simplemente para mojarnos!. Parecía una pesadilla, un mal sueño, pero no, era la cruda realidad. No me lo podía creer.
Nos encontrábamos los 49 chicos allí, en fila, bajo una intensa lluvia. Todos en calzoncillos y con el pocho puesto. Era una situación bastante peculiar. Las luces del campo de entrenamiento estaban apagadas. Apenas se veían los obstáculos. El Sargento también se encontraba junto a nosotros pero por alguna razón él iba mejor equipado y vestido.
-Primero empezareis trepando el muro de madera y bajando, después os colgareis de la cuerda y pasareis de un punto a otro. Y por último reptareis por el suelo 10 metros. Todo estos ejercicios los haréis tres veces.
Teníamos mojado hasta el último rincón de nuestro cuerpo. El poncho que vestíamos no nos hacia ningún servicio. Estábamos indignados, cabreados, mojados. El Sargento nos dio la señal, uno detrás de otro íbamos saliendo. Los charcos de agua se levantaban a nuestro paso, teníamos dificultades para avanzar, ya que llovía demasiado, el Sargento iba en paralelo nuestro gritando a los más rezagados, el espectáculo era dantesco.
Teníamos la esperanza de que en algún momento pararía de llover, pero escuchando el sonido feroz de los truenos aquella esperanza se disipaba como un castillo de naipes. Después de aquella dura experiencia nos tocaba otra similar. Todos nos pusimos en fila, quietos, totalmente hechos polvo, intentado recuperar el aire dejando que la lluvia nos penetrara hasta por los hígados.
El Sargento se paseaba delante de nosotros mirándonos con una cara de odio como nunca antes se la habíamos visto. Después de llevar quietos como estatuas veinte minutos mojandonos, nuestras plegarias llegaron al cielo y dejó de llover.
El Sargento miró al cielo y dijo: -Estáis de suerte, ha dejado de llover. Esta es la actitud que quiero que tengáis.
¡Empezais a ser Marines!
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