La linea que separa la pena y la alegría es muy delgada. Lo mismo pasa al revés. Muchas emociones en un mismo día me han invadido. Las escasas horas que nos dejaron para estar con nuestros familiares han llegado a su fin. El reencuentro ha sido muy emotivo, sonrisas y lágrimas dibujaban mi rostro y el de mis padres y hermanos. Las despedidas siempre son difíciles pero esta en especial se hace más dura por la gravedad de mi situación. Me voy a Vietnam. La pesada sombra de la muerte estará detrás mía durante 365 días.
El trayecto desde el hotel hasta Fort Lewis lo hicimos en un inusual y extraño silencio. El autobús espera. Todos los soldados se despiden de sus familiares. Es hora de subirse. De pronto Alan me da una pequeña caja y me dice: -Travis, esto es un regalo de Austin y mio, te dará suerte, pero tienes que prometerme que no lo abrirás hasta que no estés en Vietnam. Te lo prometo- dije yo. -Suerte hijo, ten cuidado. Cuídate mucho Travis, te quiero. Estas fueron las últimas palabras de mis padres.
Cameron y yo nos subimos al autobús, las últimas miradas y gestos entre mis padres y hermanos. Mi primo en un momento determinado dijo: Travis, ni se te ocurra llorar, tienes que ser fuerte, como yo. Cameron hizo que sonriera por primera vez.
El autobús empieza a rodar, nuestro destino el puerto de Tacoma, donde nos espera un barco que nos llevará a Qui Nhon, en Vietnam. A nuestra llegada al puerto varios autobuses estaban descargando soldados llegados desde otros fuertes cercanos a Washington.
-¡Vaya! menudo barco exclamó Cameron. Si, es grandísimo. Era la primera vez que veia un barco tan grande de cerca. Era el USNS General Walker. Un barco que transportará más de 4500 soldados a la guerra de Vietnam.
Por delante nos quedan 16 días de viaje hasta llegar al sudeste asiático. Nos marchamos de un país donde empiezan a no querernos para ir a un país donde seguro no nos quieren.
Va a ser un viaje entretenido. Ya lo creo.
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